Ese concepto inspira al Derecho del Trabajo, desde sus inicios, en dos dimensiones: la igualdad vertical y la horizontal. La primera pretende disminuir al máximo la proverbial asimetría que existe entre empleador y trabajador, y para ello limita la autonomía contractual mediante unas normas de derecho necesario (Estatuto del trabajo) y la negociación colectiva. La segunda reconoce igualdad de trato y de oportunidades a todos los trabajadores, sin hacer distinciones por el carácter intelectual o material de su labor, por su sexo o por su forma de retribución. En este último terreno se han formulado dos postulados: ‘a trabajo igual, salario igual’ (TI) y ‘a trabajo de igual valor, salario igual’ (TIV).
Autor: Carlos Ernesto Molina Monsalve.